miércoles, 14 de agosto de 2013


Tras confesar haber tocado a menores de edad, sacerdote podría evitar la cárcel


Gracias a los beneficios del nuevo sistema acusatorio penal que opera en algunos juzgados de la entidad, el Sacerdote identificado como Manuel Ramírez García, de 70 años de edad, podría evitar la prisión, a pesar de aceptar haber realizado tocamiento a varios menores.
Monterrey, Nuevo León.- Luego de haber aceptado que realizó tocamientos a menores de edad mientras los confesaba, en un colegio católico del municipio de San Pedro Garza García, un sacerdote que mantiene un perfil psicológico de alta peligrosidad pudiera salir en libertad y evitar ir a prisión.
Gracias a los beneficios del nuevo sistema acusatorio penal que opera en algunos juzgados de la entidad, el Sacerdote identificado como Manuel Ramírez García, de 70 años de edad, podría evitar la prisión, a pesar de aceptar haber realizado tocamiento a varios menores.
El sacerdote católico realizaba tocamientos a menores de entre 9 y 11 años que cursaban el quinto año de primaria en el Colegio Católico "Sagrado Corazón de Jesús" en el centro de San pedro, ubicado a unos 10 kilómetros al poniente de la capital de Nuevo León.
Pero de acuerdo con el nuevo procedimiento de oralidad penal, el prelado podría quedar en libertad luego de aceptar su responsabilidad en los cargos que se le imputan.
Los hechos se registraron el pasado 27 de noviembre del 2012; cuando dos menores denunciaron el ilícito del que eran víctimas en el confesionario.
Dos menores quedaron lesionados psicológicamente por los actos del religioso, sin embargo, el sacerdote pidió disculpas a ellos y a sus familiares, cuando este era acompañado por su defensa, por un representante de la Iglesia Católica, uno del Colegio en donde se registraron los hechos y por la procuraduría estatal.
Los resultados de las pruebas psicológicas hechas al sacerdote lo describen como una persona con trastorno sexual pedofílico y con diversas fallas mentales que lo marcan como una persona de alta peligrosidad.

Sacerdote con una puta


Atrapan a sacerdote teniendo sexo con prostituta en el cementerio


Atrapan a sacerdote teniendo sexo con prostituta en el cementerioPadre Arthur Coyle (izq.)/ Cementerio de Lowell (der.)
Nuevo escándalo en la Iglesia Católica; un cura es atrapado mientras mantenía relaciones sexuales con una prostituta en medio de un cementerio. Además de que es un pecado, la ley lo prohíbe.
Estados Unidos.- Arthur Coyle, sacerdote de la arquidiócesis de Boston, fue detenido por la Policía luego de ser descubierto en pleno acto sexual con una prostituta en las inmediaciones del cementerio de Lowell, Massachusetts.
El "padrecito" permaneció encerrado durante una noche entera en celdas de la comisaría, luego de pagar una fianza de 500 dólares, pudo salir en libertad. Sin embargo, tendrá que enfrentar un juicio por "escándalo público" y por contratar los servicios de una prostituta para fornicar, algo prohibido en el estado de Massachusetts. 
Por ahora, el padre Coyle ha abandonado la vida pública y la arquidiócesis de Boston ha indicado que fue destituido de su puesto como "Prelado de Honor Superior", un cargo que el entonces Papa Benedicto XVI le concedió en diciembre de 2012. 
Con información de RPP

domingo, 11 de agosto de 2013

Ex sacerdote homosexual pide apertura


Ex sacerdote homosexual pide apertura

Andrés Gioeni, ex sacerdote gay argentino quien ayer envió una carta al pontífice

En una misiva al Papa, demanda cambios teológicos

BUENOS AIRES (Notimex).- El ex sacerdote argentino Andrés Gioeni, quien renunció a su ministerio tras asumir su homosexualidad, le escribió una carta al papa Francisco para pedirle que promueva “cambios concretos” en la Iglesia con respecto a los gays.
“Alguna vez fui sacerdote católico, pastor, compartí ese ímpetu misionero y esa necesidad de reclamar apertura eclesial”, afirmó el ex presbítero en la misiva que fue reproducida por el portal de noticias MDZ, de la provincia argentina de Mendoza.
Gioeni recordó que decidió dar un paso al costado “cuando descubrí mi propia tendencia homosexual” y admitió su “imposibilidad de ejercer el ministerio pastoral en celibato. Hoy ya mis caminos van por otros rumbos y mi vocación se tiñó de otros matices”, señaló en su misiva.
Actor y escritor
El ex sacerdote, quien en la actualidad se desempeña como actor y escritor, indicó en la misiva que se atrevía a fungir como portavoz “de una gran porción de personas que pertenecemos a la comunidad homosexual”.
Con humildad, Gioeni le pidió a Francisco “que incentive, estimule, promueva y acompañe una mayor profundización en la teología moral sexual acerca del lugar y la experiencia de la persona homosexual”.
Además, aclaró que no se trata de que “de un día al otro la Iglesia cambie su catecismo en referencia a este tema”, sino que “no se estigmatice a aquellos teólogos y pastores que aportan elementos de disenso a una respuesta pastoral poco satisfactoria para tantos de nosotros”.
Gioeni añadió que tampoco le pide al Papa “que se oponga a la extensa tradición que habla de pecados contra la naturaleza” sino sólo “revisar y ampliar el concepto de naturaleza”. Añadió que son muchas las personas que abrazan la fe católica y siguen obteniendo una respuesta incompleta que no encaja en su estilo de vida.

viernes, 9 de agosto de 2013

Soy ateo porque no creo en fantasmas

Soy ateo porque no creo en fantasmas !


Soy ateo porque no puedo creer en algo que jamás he visto, y de lo cual no existen pruebas de ningún tipo. Soy ateo porque no le temo a la muerte, la considero parte de la vida y la entiendo como un proceso natural e inevitable. No necesito creer en una vida después de la muerte para ser feliz y me resulta estúpida la idea de un ser superior que creó el universo cuando todas las teorías biológicas y estudios científicos indican claramente lo contrario. Soy ateo porque creo en la razón, en las potencialidades humanas y en la relación del hombre con su entorno social y natural. Las religiones, todas ellas, están basadas en culto a la muerte y a lo largo de la historia generaron odio, guerras e ignorancia. Digo deliberadamente -y que quede claro-, que el dogma de Dios apoya directamente el odio, la muerte y la ignorancia, y que han sido el principal obstáculo del progreso humano a lo largo de la historia. Las religiones enseñan que pensar es un acto peligroso y condenan la razón posicionándola por debajo de la Fe.
No es mi intención atacar al creyente como individuo pero estoy convencido de que las estructuras religiosas no han hecho absolutamente nada en pos del progreso humano, exceptuando el calendario y pocas cosas más. Lo demás ha sido construir miedo y generar odio irracional. Quiero que quede bien claro que no tengo absolutamente nada contra el creyente, respeto su libertad de culto y opinión (de hecho tengo amigos y conocidos religiosos, y son excelentes personas).
Guerras y cruzadas en nombre de un ser que jamás se manifestó de ninguna manera, privaciones por temor al fuego eterno, resignación con la esperanza de una vida en el más allá que durará por siempre y en la cual nos reencontraremos con nuestros seres queridos. Todo esto parece un gran cuento de hadas, una gran mentira que funciona como una droga para que no pensemos, no oigamos, no veamos. Sería casi gracioso si no hubiera ocasionado la muerte de millones de personas y la sumisión de la mayoría de los seres humanos a la autoridad de Dios.
Digo deliberadamente que la religión (sobre todo la cristiana) es y ha sido uno de los mayores regimenes genocidas de todos los tiempos.
Dios es omnipotente, omnipresente, todopoderoso y perfecto. Si así fuera el mundo y los seres humanos deberían ser perfectos (lógica muy básica: un ser perfecto debe engendrar algo perfecto, de lo contrario habría una debilidad en su capacidad creativa, lo que significa que no es perfecto), y bien sabemos que ha habido personajes a lo largo de la historia que están lejos de ser perfectos. Dios inmortal, hombre mortal, Dios perfecto, hombre imperfecto: ¿No suena raro? Mis instintos más básicos me dicen que el hombre creó algo que no poseyera sus defectos. Psicología de la más simple.
Soy ateo porque se que esta vida es la única y he elegido vivirla. Soy ateo porque creo en la verdad como autoridad y no en la autoridad como verdad.
En la sección “ateísmo” me voy a explayar sobre los temas mencionados superficialmente en esta entrada.

Como me converti ateo ..

Como me converti en ateo !!!!!!!!!!!!!


He sido más o menos ateo desde que era un adolescente, si bien, habiendo estado tempranamente expuesto, primero al catolicismo y luego a la fe anglicana, probablemente fue algún tiempo después cuando me deshice totalmente del sentimiento de que podría estar esperándome un ascenso póstumo. Recientemente me invitaron a participar en un debate en la Feria del Libro de Glasgow, para debatir sobre ateísmo con el filósofo Julian Baggini y con el humanista y escritor de novelas de detectives Cristopher Brookmyre. Nos pidieron que comenzáramos explicando las razones por las que somos ateos. Yo me estaría engañando a mí mismo si pensara que conozco la razón que más ha contribuido a mi actual feliz estado de descreimiento, y menos aún la razón que ha sido la más decisiva.
Hay malas y buenas razones para decidir que uno es, o debería ser, ateo, y sospecho que las malas razones pueden tener más peso. La peor razón para no creer en Dios (aunque no parezca una mala razón a primera vista) es que no hay pruebas de Su existencia. Es una mala razón a favor del ateísmo porque nadie se pone de acuerdo sobre lo que constituiría una prueba. Los milagros, las escrituras, el testimonio de los sacerdotes y profetas, etc., todo eso puede rechazarse sobre una base empírica; pero para algunas personas, el hecho de que nos comuniquemos de forma inteligente entre nosotros, o de que el mundo muestre un orden, o incluso de que haya algo en lugar de nada, es prueba suficiente de que hay un Creador que no sólo hizo el mundo sino que también hizo que el mundo fuera habitable e inteligible para nosotros. Así pues, apelar a las pruebas, o a la ausencia de éstas, nunca será concluyente.
Otra mala razón para ser ateo es la hostilidad hacia las instituciones religiosas por el comportamiento delictivo de los creyentes, o más en general, por los males que la religión organizada ha deparado al mundo. Estoy seguro de que esto tuvo su importancia en mi propio caso. Todas las mañanas, cuando el sacerdote católico local pasaba por delante de nuestra casa, de camino a la Iglesia de San Austin, mi padre soltaba un improperio sobre su malevolencia y, sobre todo, la hipocresía de los clérigos. Por tanto, llegué a la madurez completamente convencido de la doctrina de Lucrecio Tantum religio potuis suadere malorum (“Tan poderosa fue la religión para persuadir de hechos malvados”).
Un mayor conocimiento de la historia me hizo aún más consciente de las abominaciones que se han inflingido a los seres humanos en nombre de la religión: la crueldad sectaria, guerras confesionales indescriptiblemente crueles, la opresión de las mujeres (y la obsesión destructiva y cruel que tienen los curas con todo lo que entra y sale de la pelvis femenina), y una alineación cínica y oportunista con los poderes temporales para mantener un status quo injusto que beneficiaba a unos pocos en la cumbre y mantenía a la mayoría sojuzgada. Ni siquiera los santos me parecían muy atractivos. Su comportamiento era con frecuencia obtuso, ridículo o repulsivo. Uno de los ejemplos que más valoro es el de Santa Catarina de Siena, quien deseaba impresionar a Dios con su ayuno y consiguió superar su apetito residual recogiendo en un cucharón el pus que supuraba del pecho canceroso de una dama a la que cuidaba, y se lo bebió; un plato que no se le habría ocurrido ni a Heston Blumenthal (un chef británico famoso por sus platos excéntricos).
¿Y qué? Incluso en caso de que los males causados por la religión fueran relevantes para la cuestión de la existencia de Dios, no sabemos si la religión es una fuerza neta de mal, a pesar de los horrores documentados. Los apologistas han señalado los códigos morales que han inculcado las religiones y que nos han distanciado de la ética feroz de la mayoría de los demás representantes del mundo animal. Iván dice en Los hermanos Kamarazov: “Si Dios no existiera, todo estaría permitido” (o, lo que es lo mismo, si El dejara de ordenar la fe). Por supuesto que esto no es cierto, pues los humanos tienen otras fuentes poderosas de preocupación altruista por sus congéneres, aunque se puede apreciar por qué hay tantos a los que esta afirmación les ha impresionado. Sin embargo, aún no nos hemos pronunciado sobre lo del beneficio neto, pues no podemos hacer correr la historia dos veces, una vez con religión y otra sin, para determinar si la religión, en conjunto, ha hecho que nos tratemos peor los unos a los otros. O ya puestos, si la religión ha supuesto un obstáculo a la hora de comprender la naturaleza y hacer del mundo un lugar más cómodo, donde la vida es más soportable, o viceversa. No obstante los obstáculos que las instituciones religiosas han puesto a veces al progreso científico, también se puede argumentar que la religión promovió la investigación científica de otros modos: el monoteísmo puede haber inspirado la búsqueda de las fuerzas unificadoras de la naturaleza; y muchos científicos muy creyentes (Newton y Faraday son los ejemplos obvios) veían sus investigaciones como expresión de su amor a Dios. Sería una falacia reducir la relación entre la religión y la ciencia a choques emblemáticos como los que se dieron sobre el sistema solar heliocéntrico o las necedades de los creacionistas.
Otra mala razón para ser ateo es que las creencias religiosas amedrentan a la gente, en particular a los niños, con sus doctrinas de salvación y condena. Este argumento tampoco convence. Si Dios espera determinadas cosas de ti, incluido que creas en Él, y el castigo por defraudarlo es la condena eterna, entonces es un acto de bondad suprema asustarte para que obedezcas a Su Voluntad, tal como interpretan los expertos.
Casi todas las malas razones para ser ateo surgen de una confusión fundamental entre lo que podríamos llamar los aspectos “metafísicos” frente a los aspectos “institucionales” o “sociales” de la religión; entre aquella parte de la religión que hace afirmaciones sobre el origen, la naturaleza, las fuerzas que conforman el universo, su significado, la vida de los humanos; y la parte que prescribe cómo deberíamos vivir, quién está autorizado para guiarnos en este sentido, y sobre qué cuestiones se nos debería guiar: preceptos, rituales, prácticas, códigos de comportamiento, etc. Una defensa inteligente del ateismo debería separar a las instituciones religiosas, con sus prescripciones multiformes y los poderes del bien y del mal que de ellas resultan, de los conjuntos de proposiciones sobre el origen y la naturaleza del universo y del pedacito en que vivimos. Ni los sacerdotes que se portan mal, ni las iglesias venales y poderosas demuestran la falsedad de la religión. Si bien nos recuerdan cómo puede corromper el poder, sobre todo cuando afirma gozar de autoridad trascendente, este hecho no es un argumento a favor del big bang y en contra de la creación en seis días. Los ateos pueden razonar que los propios creyentes no separan estos aspectos de la religión: la sabiduría de Dios, por ejemplo, a menudo es a la vez un concepto metafísico y un conjunto no negociable de instrucciones sobre cómo deberíamos convivir. Cierto, pero no por ello el argumento es mejor. Sin embargo, esto me lleva a la primera razón buena para ser ateo (que ya va siendo hora, cabe pensar).
De acuerdo con las religiones en las que me crié (aunque no en todas, por supuesto), Dios reúne en su persona una combinación de propiedades extraña y ridícula. Para sostener una visión del mundo que enlaza los grandes sucesos que dieron origen al universo con los pequeños sucesos que llenan nuestras vidas, debe combinar la metafísica y la moral, la física y la urbanidad; hay que mezclar algo de la trascendencia del big bang con un Dios iracundo que se enfurruña porque no lo alaban lo suficiente, y que interviene a nivel personal o político de un modo frecuentemente aleatorio, y a veces bastante repugnante. Conjuga el origen del universo con ejércitos de sacerdotes que nos afean la conducta en Su nombre. El concepto es casi cómico, y desde luego infantil, y pone de manifiesto que esta idea de Dios es claramente un reflejo de las preocupaciones humanas, locales e históricas, más que una característica eterna del universo. El Dios que mezcla el poder de inmolar a miles para vengar las ofensas que sufren otros miles, o de alzar al justo, con el poder de dar origen a la infinita totalidad de las cosas, es una monstruosidad ontológica; como una quimera en la que se fusionara la parte frontal de una ballena con la cola de un microbio.
Pero, ¿no deberíamos admitir humildemente la falta de certeza y declararnos agnósticos en vez de ateos? No. Y paso a explicar por qué. Si se echa un vistazo a las tesis metafísicas asociadas al centenar de religiones entre las que podemos elegir actualmente, se ve que estas tesis chocan entre sí de modo profundo y con frecuencia amargo. Pero, a menos que te hayan encauzado desde el nacimiento en una determinada religión, te ves obligado a elegir de forma aparentemente aleatoria en el Supermercado de las Ideas Teológicas. Si, con espíritu de humildad, te propones ver qué tienen en común, queda poca sustancia: el máximo común divisor entre el cristianismo, el paganismo, el hinduismo, el jainismo y todos los demás teísmos es bastante pequeño, y lo poco que queda es incoherente. Para ser un agnóstico sincero deberías ser capaz de sostener la noción de un Dios que es infinito pero que tiene características específicas; ilimitado, pero de algún modo separado de su creación; un Ser que no ha llegado a ser; que es omnisciente, omnipotente y bondadoso y sin embargo, por sus limitaciones, no es capaz, o no desea, crear un mundo en el que no exista el mal; etc. El Dios “apofático”, definido en términos de lo que Dios no es, del filósofo griego Jenófanes y de algunas ramas del cristianismo ortodoxo, es una especie de aceptación de que esta deidad es impensable. Pero el agnosticismo nos obliga a agarrarnos a la cuadratura del círculo. Creo que no merece la pena.
Así pues, cualesquiera que sean mis auténticas razones para ser ateo, intelectualmente la cuestión no estriba en la falta de pruebas sobre la existencia de Dios, ni en el mal comportamiento de los creyentes y las instituciones religiosas, sino en la propia idea de Dios, la cual, en la medida en que no es completamente vacua, se contradice a sí misma, y tiene menos sentido que aquello que pretende explicar.
No se sigue de aquí que yo piense que tenemos una comprensión completa o siquiera bien fundada de lo que somos. Por ejemplo, no comprendemos la conciencia. El materialismo atómico no la explica, de eso podemos estar seguros. Y el propio concepto de materia se ha tornado ininteligible, como se desprende de las paradojas de la mecánica cuántica. Tampoco comprendo cómo es posible que podamos entender el mundo, individual o colectivamente - ¿cómo es posible el conocimiento? Pero este sentimiento de que estamos limitados en nuestro conocimiento y comprensión no hace que me sienta incómodo, sino por el contrario más cómodo en mi ateísmo: no estoy obligado a encerrar una intuición apasionante de posibilidad trascendente, que surge de mi sentido de lo desconocido, en un amasijo de creencias confusas, contradictorias y a menudo (aunque no siempre) malignas, que culminan en imposibilidades lógicas. No obstante lo cual, debemos estar agradecidos por los monumentos artísticos, arquitectónicos, rituales y del pensamiento que nosotros, los ateos, les debemos a la creencia en Dios de otros.

¿EXISTE DIOS? LAS 4 RESPUESTAS DE SMITH

¿EXISTE DIOS? LAS 4 RESPUESTAS DE SMITH


Todos los que nos declaramos ateos hemos tenido que escuchar en alguna ocasión objeciones parecidas a éstas: «¿Y si estás equivocado?». «¿Qué ocurre si Dios existe, si el cielo es real y no un cuento de hadas?».
Estos últimos días he recibido dos mensajes en esos términos.

Cada vez que un creyente razona de ese modo está, casi cuatro siglos después, volviendo a formular la archiconocida apuesta de Pascal.
Resumiendo, lo que vino a decirnos el matemático francés es que es más prudente creer en su dios porque, caso de existir, se gana el cielo; y, de no existir, no se pierde nada. Elijo creer por si las moscas, para salvar mi pellejo de los fuegos de un hipotético infierno.
No quiero dedicarle más tiempo a la tan moralmente débil apuesta de Pascal, con ese siempre omnipresente dios-a-la-búsqueda-de-idolatría de los monoteísmos, que sólo te salva de la quema si le veneras y le dices muchas veces que él es el único y el más guapo, espejito, espejito.
No sólo es débil moralmente: también intelectualmente, ya que desecha la posibilidad de que, si existe algún dios, pueda tratarse, no del suyo, sino de cualquier otro de los miles a los que la humanidad adora. Es una opción que Pascal parece no haber considerado: la de haber elegido como objeto de su adoración al dios equivocado. La de no ser finalmente admitido en el club de la vida eterna por haber sido hincha de un equipo rival.
Puestos a jugar a la lotería contemplemos todas las probabilidades, señor Pascal, señoras y señores apostantes.

¿Existen los dioses o no? ¿Algo o alguien creó el universo y lo controla?
En 1979, buscando responder a esas preguntas, el filósofo George Smith expuso un planteamiento que, desde entonces, se conoce por la apuesta de Smith. Voy a tratar de explicarla. Con mis propias palabras y mis propias cavilaciones, aclaro. No quiero que se le atribuyan al pobre Smith desvaríos verbales de los que sólo yo soy responsable.
Analicemos los casos posibles:

Caso 1. – No existe ningún dios. En este escenario, los creyentes de cualquiera de las religiones habrán pasado un tiempo precioso en diálogos infructuosos con seres imaginarios. En una primera reflexión, me digo que no tengo nada que objetar e esos diálogos. Rezar ayuda a la estabilidad emocional de muchos. Además, cada cual es libre de hablar con quien quiera y de creer lo que quiera, como si quiere creer que las piedras tienen alma.
El problema surge cuando líderes religiosos obtusos convencen a sus fieles para que arrojen esas piedras a la cabeza de los seguidores de otros dioses, de los ateos, de las mujeres, de los homosexuales... Por favor, crea usted en lo que quiera, pero deje de lanzar odio sobre mí, sobre los míos y sobre el resto de seres humanos. Es terriblemente frustrante comprobar cómo una y otra vez las visiones mitológicas del mundo se inmiscuyen en nuestras vidas, a veces hasta acabar con ellas.

Caso 2. – Existe algún dios pero es impersonal, del tipo en el que creen los deístas. Lo que vienen a decir los deístas es que hubo una causa primera. Que un ente está en el origen de todo. Que ese ente creó el universo con sus leyes para luego despreocuparse por completo, dejándonos a todos a nuestra suerte, sin intervenir. Y que no reparte ni premios ni castigos en juicios finales.
Si los deístas tienen razón, da igual que creamos o no en dioses: no seremos ni premiados ni castigados por ello.
Si los deístas tienen razón, no sirve de mucho rezar cuando tú equipo va a lanzar un penalty, ya que el dios en cuestión, respetando sus propios principios, no va a realizar una exhalación mágica que le dé más fuerza a la pelota, ni va a intervenir de ningún otro modo con sus superpoderes.
Si los deístas tienen razón, puedo entender el motivo por el que su dios-causa-primera se esconde tanto de nosotros: está lejos, muy lejos, en algún rincón remoto del universo, avergonzado, preguntándose aún qué falló.

Caso 3. – Existe un dios –o varios– y es un ser moralmente ejemplar.
De ser así, los ateos, por el hecho de serlo, no debemos tener miedo a que el fuego abrase nuestros traseros.
De ser así, la alabanza interesada, la apuesta a lo seguro tipo Pascal, sería mal vista por el tal ente moralmente superior.
De ser así, el vaivén insistente de nuestra frente en rítmicos golpeteos contra una alfombra o contra un muro no tendría ningún valor a los ojos de ese ente.
De ser así, las personas no seríamos juzgadas en función de si hemos santificado o no las fiestas, de si hemos honrado o no a un dios sobre todas las cosas, de si hemos tomado o no su nombre en vano... sino de si hemos pasado por esta vida haciendo el menor daño posible y, con suerte, algo de bien.
Desgraciadamente, dado lo que contemplamos, parece difícil que existan dioses moralmente ejemplares. Este caso se hace altamente improbable: ¿consentiría un ser éticamente superior todo lo que sucede por aquí? Si nos ama a todos por igual, ¿por qué a algunos los trata tan mal?

Caso 4. – Existe un dios y es tal como nos lo describen los monoteísmos. Pues, de ser así, agnósticos, escépticos, ateos, librepensadores, apostantes por los dioses equivocados... vayámonos todos al infierno. Pero con la cabeza alta. Con la conciencia tranquila. No queremos tratos con dioses que, en lugar de hablar por sí mismos, dando la cara, permiten que, a modo de voceros autorizados, actúen en su nombre líderes iracundos, rencorosos, retrógrados, intelectualmente cerriles, homófobos, misóginos e infanticidas.
Vayámonos todos al infierno: no queremos compartir morada eterna con dioses que castigan a personas honestas por no creer en ellos o por haber creído en otros dioses y que, por el contrario, admiten en el paraíso a asesinos suicidas. Ni con dioses que aceptan junto a ellos a cualquiera que, por muy infame que haya sido su vida, se arrepiente cinco segundos antes de morir y pronuncia las palabras mágicas: «creo en ti, acógeme a tu lado, oh, Señor».

Pero no sufran: no acabaremos en ningún infierno. ¡Es tan obvio que esos dioses vengativos y vanidosos han sido modelados a imagen y semejanza de sus creadores, los hombres!
El caso 4 se antoja tan inverosímil, tan absurdo, tan improbable para cualquier mente que se alimente de sentido común que, ante la cuestión de si existen los dioses o no, los ateos podemos dormir tranquilos. Porque, en cualquiera de los tres escenarios anteriores, no salimos perjudicados.
           
¿Qué ocurre, entonces, si los ateos estamos equivocados?
Nada. No ocurre nada. Absolutamente nada.


Nos vemos en dos fines de semana, si les parece bien.

Las 5 inconvenientes de las religiones

Las 5 inconvenientes de las religiones 

Dice el filósofo Fernando Savater que «las religiones son como el vino: hay gente a la que le sienta bien y gente a la que le sienta mal. Hay personas que, con dos copas, se vuelven locuaces, abiertas y desinhibidas. Otros, con la misma cantidad, se vuelven brutos y groseros. Con la religión hay gente que mejora, pero para otros [...]».

Lo que importa son las acciones, más que las creencias. Infinitamente más.
Así que, si Savater tiene razón, si gracias a la religión algunas personas mejoran y realizan grandes acciones, bienvenidas sean.
Aunque creo que, por lo general, no es así. Creo que, sencillamente, muchas personas son buenas, pero no gracias a su religión. Que si llevan a cabo buenas acciones es por su naturaleza generosa, y no gracias al buen efecto de los dogmas. Que esas mismas personas, si no tuviesen creencias místicas, estarían dando también parte de su tiempo y energías a los demás a través de organizaciones laicas en lugar de religiosas.
Pero se trata sólo de una opinión, de mi opinión, de conjeturas.

Sin embargo, en lo que respecta a los efectos dañinos de las religiones, sí que podemos abandonar el terreno movedizo de las corazonadas y pasar al de los hechos.
Habitualmente, las religiones:

1) Promueven el sometimiento de las mujeres.
Cualquiera que esté al tanto del mundo en el que vive sabe lo que opinan imanes, judíos ultraortodoxos y jerarcas de cualquiera de las ramas del cristianismo sobre la igualdad de derechos. En los países occidentales, las religiones siguen siendo un obstáculo en ese aspecto. Y en otros países la religión es, directamente, el yugo que humilla e intimida a las mujeres.

2) Incitan al odio.
Odio a quien profesa otra religión. Odio también al diferente, al que se sale de lo corriente en cualquier aspecto, como la orientación sexual. Y al que quiere pensar por sí mismo, al que quiere creer en algo sólo después de haber reflexionado sobre ello.
            Las religiones están o han estado tras algunos de los hechos más indignos de la historia. Guerras santas. Mutilación de genitales. Quema de brujas y herejes. Apedreamiento de adúlteras. Fatwas. Ocultación de criminales en la creencia de que las leyes divinas están por encima de las humanas...

3) Inculcan supersticiones en los más jóvenes.
Lo cual hace que, una vez adultos, les resulte difícil librarse de ellas. Las religiones tienen predilección por los cerebros en desarrollo. Con motivo... ¿Cómo, si no, una mente adulta racional iba a creer, por ejemplo, que una parte inmaterial se desprenderá del cuerpo tras la muerte para emprender vuelo y seguir viva en otro organismo o en algún punto de la “diosfera”?
            Una vez se ha conseguido que un niño crea en la existencia de un paraíso, ya sólo queda un paso hasta hacerle creer que, para conseguir ese gran premio final, hay que emprender tal o tal acción, como matar infieles.
            ¿Por qué otra razón son negativas las supersticiones? Porque dificultan el avance de las ciencias. Porque animan a las personas, desde la infancia, a conformarse con explicaciones infundadas que no explican nada en lugar de, en base a los indicios observados, formular hipótesis y buscar las pruebas que confirmen o refuten esas hipótesis.

4) Mezclan y confunden cosas que realmente sabemos con simples creencias.
            Cuando no sabíamos nada, las religiones, con sus dioses, servían de respuestas para todo. Amanece porque el dios sol ha despertado. El volcán ya no escupe lava porque los dioses ya no están enfadados. Llueve porque hemos sacrificado una mujer virgen. Los pájaros tienen alas porque Dios se las dio para que volaran. Se ha curado porque hemos rezado. Grita porque está poseído por el demonio...
            Las religiones son los primeros intentos humanos de astronomía. De vulcanología. De meteorología. De zoología. De medicina. De psiquiatría... Ahora bien, son falsos (algo disculpable, por el hecho de haber sido los primeros). Hoy en día, muchas creencias han desaparecido para dar paso a explicaciones reales. Los antipsicóticos son hijos de las ciencias. Y las previsiones de tiempo. Y los aviones. Y las vacunas. Y las ecografías, que revelan casi sin margen de error el sexo del futuro bebé (también puede uno pedir a su dios que se lo revele, pero entonces la probabilidad de acierto se quedará tan sólo en un cincuenta por ciento).
Las religiones siguen siendo un obstáculo para que encontremos respuestas a las muchas preguntas que quedan por contestar. Y me parece profundamente erróneo alentar cualquier cosa que torpedee el avance del saber. Mientras las religiones sigan mezclando dogmas con conocimientos (templos con escuelas), seguiremos viendo gente anquilosada en aquellos primeros intentos primitivos de explicar el mundo y que nos animan a orar, a peregrinar, a hacer sacrificios rituales, a realizar ofrendas... como si alguna de esas cosas solucionara problemas.
Porque, aunque se diga que la fe mueve montañas, la ingeniería ha demostrado hacerlo mucho mejor.

5) Son una dificultad añadida para que las vidas de muchas personas mejoren.
En las listas de países con menores tasas de mortalidad infantil, de criminalidad, de analfabetismo; con menores desigualdades entre zonas urbanas y rurales; con menores diferencias entre los más ricos y los más pobres; con menores índices de desnutrición; con más alta esperanza de vida; con más años de escolarización; con mayor respeto de las libertades individuales, incluida la religiosa; con mejor acceso a la sanidad... siempre aparecen los mismos: Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Japón, Holanda, Francia, Alemania, los países escandinavos...
Son también esos mismos países los que ocupan los primeros puestos en el ranking de países donde menos población cree en dioses.
            Las matemáticas nos dicen que un índice de correlación tan alto no es fruto de la casualidad. Las religiones seguramente nos dirían que, para ayudar a los más desfavorecidos, hemos de seguir rezando.

Nos vemos por aquí, si les parece bien, dentro de dos fines de semana.

¿QUÉ ES LA FE?

¿QUÉ ES LA FE?

Semanas atrás, recibí un curioso mensaje.
Consistía en una retahíla de extractos del Antiguo Testamento. Dado que llegaron acompañados de una bandera de Israel, supuse que quien me los enviaba era de religión judía. Por lo demás, los textos bíblicos venían a pelo, desnudos, sin ninguna presentación ni explicación. Así que no tuve forma de saber si la intención de ese lector era que naciera en mí su fe o si tan sólo pretendía impartirme un curso acelerado de ética.

Desconocido remitente... Si su deseo era este último, es decir, acercarme a la moralidad de su libro sagrado, discúlpeme usted, pero seguiré sin adoptarlo como modelo.
Razones no me faltan para ello, y todavía tendría más si fuese yo mujer. Cada uno de los libros del Antiguo Testamento está plagado de versículos que – en consonancia con la época a la que pertenecen – enseñan que la esposa y las hijas son propiedad del marido. El Génesis habla de que Abraham prostituía a su mujer; el Éxodo autoriza a que las esclavas sean usadas para el placer sexual del varón; el Deuteronomio exige que la mujer violada se case con su violador, el cual deberá compensar al padre por la pérdida de su posesión...
            Tampoco creo que tomase yo como referencia su libro sagrado en caso de ser homosexual, dado que, en el Levítico, directamente se estaría disponiendo para mí la pena de muerte.
            Pero no es preciso ser ni mujer ni homosexual para rechazar como patrón ético su libro. Yo tampoco lo quiero para mí en mi condición de hombre heterosexual. Sencillamente, no deseo que las mitologías gobiernen mi vida; ni que textos arcaicos que prescriben barbaries para otros seres humanos me sirvan de guía espiritual. No me hacen falta, por otra parte. Saramago decía: «no creo en dioses, no los necesito y, además, soy buena persona».
Yo no estoy tan seguro como él de ser buena persona, pero sí creo en un principio muy básico: no querer para otros lo que no querría para mí. Y también creo en el cumplimiento de las leyes humanas, a pesar de sus imperfecciones. No me hacen falta ni intermediarios espirituales ni divinidades imaginadas para saber que no he de matar, ni violar, ni robar...

Y si su propósito no era hacer de mí una mejor persona, sino despertar en mí alguna fe religiosa, siento decepcionarle.
Porque los relatos sobre barcos-zoológicos (¡cómo lograría el bueno de Noé que entrase en su arca toda esa fauna, con el trabajo que me cuesta a mí que un único animal – mi perro – suba a un simple coche!), serpientes parlanchinas, comunicación telepática con entes dotados de superpoderes... no dejan de ser, a mi humilde modo de ver, sólo eso: relatos. Leyendas. Pero todo es opinable: aún hoy, por ejemplo, sigue habiendo estudiosos del Antiguo Testamento explorando el Monte Ararat a la búsqueda de los restos del arca. Y la mayor parte de la humanidad sigue creyendo en esa comunicación telepática de la que hablábamos.
Cosas de la fe.

Quiero hablarles también de un segundo mensaje que recibí hace unos días.
«Hace falta más fe para no creer en Dios que para creer en Él».
Así de escueto (cosas del Twitter, intuyo). No especificaba el remitente a qué dios en concreto se refería. Por las mayúsculas entendí que al judeo-cristiano. Pues bien, aunque seguramente a ese lector le parezca que nuestras respectivas visiones del mundo están en las antípodas, en realidad casi opinamos lo mismo: ambos somos ateos respecto al resto de dioses, presentes y pasados, de la humanidad. Lo cual supone muchos miles de dioses. Tan sólo un dios separa nuestras opiniones, por lo demás idénticas.

Aunque, bien pensado, otra cosa nos distancia. ¿Más fe para no creer en Dios que para creer en Él? No. En absoluto. Permítanme explicarme.
Fe es lo que se tiene en las supersticiones. La fe religiosa, por definición, siempre es ciega. La fe consiste en creer por creer. En creer por pura necesidad emocional.
Veo a mi padre apurar sus últimas idas y venidas por este mundo. Para colmo, la demencia senil me lo devora. Pues bien, fe sería creer que, cuando muera, una parte inmaterial de él va a salir volando hacia la estratosfera en compañía de querubines alados. ¿Mi fe tendría alguna base que la respaldase, más allá de mi tristeza y de mi necesidad de creer, de mi deseo de que mi padre siguiese vivo en un paraíso? [Sobre eso no me caben dudas: si las fábulas sobre viajes post-mortem fueran ciertas, cuando mi padre llegase al cruce de caminos (izquierda infierno, derecha cielo), el regulador de tráficos celestiales le indicaría el camino por el que transitan los buenos].
La respuesta es no: mi fe no tendría ningún cimiento. Respondiendo a la pregunta del título, la fe es un conjunto de creencias irracionales transmitidas, sin cuestionar, de generación en generación.

Por el contrario, para no creer en mitos no hace falta fe. Yo no afirmo que los dioses no existan. Simplemente no creo en ellos. Y para no creer en algo no se precisa fe. Tan sólo he elegido no dejarme engullir por ningún engaño. Ni siquiera por el más engullidor de todos: el autoengaño. Para no creer en dioses no hace falta fe ninguna, estimado remitente de cibernética misiva...
Por otra parte, lo que mostramos los ateos ante cosas que deseamos sean ciertas no es fe, sino confianza... Fe y confianza... Todos usamos esas dos palabras como sinónimos, coloquialmente. Pero, en realidad, sus significados se parecen muy poco. La fe religiosa implica convicción. Presupone certeza.
La confianza no. La confianza duda. Pero, a pesar de sus inseguridades, se sustenta en bases racionales. Yo, por ejemplo, deseo y tengo confianza en que el avance de la ciencia conseguirá, tarde o temprano, mitigar los efectos de la demencia senil en los cerebros de futuras generaciones.
¿Por qué esa confianza? Porque he sido testigo de cómo la curiosidad, la investigación, los conocimientos científicamente adquiridos... han servido para alargar y mejorar las vidas del resto de órganos de nuestros cuerpos.

¿Puedo estar equivocado? Sí, por supuesto... ¡Se pueden tener certezas absolutas en tan pocas cosas!
Pero, como le ocurría a la filósofa Hipatia de Alejandría, quiero «conservar celosamente mi derecho a reflexionar, porque incluso pensar erróneamente es mejor que no pensar en absoluto». Y tener fe es haber renunciado a pensar, conformándose tan sólo con las creencias heredadas...
Mucho más cómodo, tener fe. Ahora bien, si alguien sostiene que un creador divino le regaló la inteligencia, tener fe, por cómodo que sea, parece una forma poco coherente de darle las gracias.


(Confío en que nos encontremos por aquí dentro de dos fines de semana, si les parece bien).

POR QUÉ UN ATEO HABLA TANTO DE DIOSES?

POR QUÉ UN ATEO HABLA TANTO DE DIOSES?


«Los ateos me aburren: siempre están hablando de Dios». Lo escribió Heinrich Böll en su novela Opiniones de un payaso. El protagonista es ateo y de profesión payaso: muy propio de la fina ironía del católico Böll. Nadie se libraba de la causticidad del premio Nobel alemán.

«¿Será cierto que los ateos estamos siempre hablando de dioses?», me da por cuestionarme. «Y, si es así, ¿por qué?».
            La primera pregunta es sencilla de responder. No, no es cierto que sea siempre y – sobre todo – no es cierto que todos los ateos hablemos sobre dioses. La mayoría no lo hace: es el suyo un ateísmo silencioso.
Así que me parece justo que, tratando de responder a la segunda pregunta, hable sólo por mí, ya que, por otra parte, no soy quién para erigirme en portavoz de nadie más.

¿Por qué yo hablo tanto de dioses? Alguien que lee este blog cree conocer la respuesta, ya que me dejó el siguiente comentario: «en el fondo, debes de tener una búsqueda de Dios muy profunda, si es que tanto te importa».
            No, no se trata de eso, estimado lector o lectora. Tengo clara mi no-fe, aunque dejando siempre la puerta abierta, por supuesto, a que puedo estar equivocado: en el momento en que cualquier prueba, indicio o sospecha me haga barruntar que existe en los cielos algún ente sobrenatural, reconsideraré de inmediato mi opinión. Entretanto, seguiré intentando entender por qué, si Dios me creó a su imagen y semejanza, no soy yo invisible.

Se trata de una búsqueda, eso sí es cierto. Pero una búsqueda de conocimiento. Nunca nada me ha parecido tan cautivador como tratar de comprender al ser humano. Siempre me ha apasionado cualquier cuestión relacionada con esa búsqueda de saber por qué hacemos lo que hacemos o por qué creemos lo que creemos.
            Y en esa búsqueda, en ese intento de encontrar respuestas a mis preguntas, las creencias religiosas siempre se me han presentado como un tremendo enigma. Está bien, entiendo que responden a necesidades emocionales más allá de cualquier cuestionamiento racional, y entiendo también que para muchas personas los dioses son como ideas innatas, dado lo agresivo del adoctrinamiento que sufrieron en su infancia, pero, de todas formas... ¿Cómo tanta gente – la mayoría de la población mundial, de hecho – puede seguir creyendo ciertas cosas?
            Esa misma pregunta se la hacía George Carlin, otro cáustico. Carlin viene especialmente al caso para este artículo ya que también se trata – como el protagonista de la novela de Böll – de un payaso. Es, incluso después de muerto, uno de los cómicos más conocidos de Norteamérica. Sus palabras expresan fielmente mi propia fascinación, mi asombro, mi pasmo, ante el predicamento que siguen teniendo las religiones, incluso entre personas cultas: «La religión ha convencido realmente a la gente de que, viviendo en el cielo, hay un hombre invisible que contempla todo lo que haces en cada minuto de cada día de tu vida. Y de que tiene una lista de diez cosas que no quiere que hagas. Y de que si haces cualquiera de esas cosas tiene un lugar especial lleno de fuego, humo, cenizas y tormentos al que te enviará para sufrir, arder, gritar y llorar para siempre hasta el final de los tiempos... Pero te ama».

¿Por qué hablo tanto de religiones? Pues, además de porque busco respuestas para mi asombro, también hablo de religiones sencillamente porque sus creencias infundadas nos gobiernan a todos. Legítima defensa, podríamos llamarlo. Las religiones me importan porque siguen interviniendo en muchos aspectos de la vida de cualquiera, aunque ese cualquiera no crea en ningún dios. La lista daría para cien artículos...
Para empezar, la mayor parte de las religiones, especialmente los tres grandes monoteísmos, siguen siendo la principal fuerza de oposición a que se reconozca sin tapujos la igualdad de derechos entre seres humanos, independientemente de si se es varón o hembra (el desfase entre el avance de los derechos civiles de las mujeres y cómo son tratadas por las religiones clama a todos los cielos), de la orientación sexual (repito respecto a los homosexuales lo dicho sobre las mujeres en el paréntesis anterior) y del credo de cada uno, por ejemplo. Esto último es lo más caricaturesco de todo: son las propias religiones y no el ateísmo (los ateos, por lo general, defendemos sin tibieza estados laicos garantes de la libertad de culto) las que más obstáculos ponen a la libertad para profesar otras religiones.
También nos afectan a todos las creencias religiosas porque siguen siendo una de las causas más explicativas de los conflictos vivos en el mundo.
Podemos seguir con nuestra lista hablando de su negativa frontal por defecto a cualquier cosa que huela a progreso y a avance científico. Me cuesta horrores, por ejemplo, entender esa oposición cerril a la selección genética con vistas a que un hermano por venir pueda salvar a otro ya existente y enfermo. No me cuesta ningún esfuerzo, por el contrario, ponerme en el lugar de los padres. En eso deberían quizá insistir más las religiones, en ponerse en el lugar del otro, y no en el ciego acatamiento de unos dogmas dictados por gentes que, nacidas hace miles de años, no podían encontrar para sus preguntas existenciales mejor explicación que ésta: hay en el cielo unos dioses todopoderosos que, aburridos, crearon a capricho criaturas para después poder entretenerse contemplando su sufrimiento; pero si les adoramos con sumisión y rezamos con la bastante fuerza, pueden interceder para aliviarnos ocasionalmente de esos pesares que ellos mismos crearon... Rocambolesco.
Y... ¿qué tiene de malo usar un condón? ¿Pero qué tiene de moralmente malo? Necesito imperiosamente que alguien me lo explique, porque, de no ser así, un día me estallará la sesera. Pero que me lo explique con razonamientos del siglo XXI, si no es mucho pedir. Que no me diga que su dios así lo quiere.
Y, de paso, que me explique también por qué unas personas que eligieron la castidad para sus vidas se creen capacitadas para enseñar ex catedra a las más jóvenes qué prácticas sexuales son correctas y cuáles no.
          Y no me sirve que me digan que todas esas cosas se enseñan sólo a niños católicos, o sólo a niños de tal religión o de tal otra... Porque los niños deberían ser tratados como lo que son: sólo niños, no como niños cristianos, niños judíos, niños musulmanes... Precisamente, si no se les adoctrinara desde tan jóvenes a creer los sinsentidos propios de la religión de sus familias, si las religiones pudieran ser elegidas como una opción personal al llegar a la mayoría de edad, tendría yo mucho menos que decir sobre dioses y religiones.

¿Por qué algunos ateos hablamos tanto de dioses? Pues quizá porque somos los que nos tomamos esto realmente en serio.
Le cedo la palabra, para que explique lo que quiero decir, al filósofo inglés Galen Strawson: «Creer en Dios es un insulto a Dios. Porque, por un lado, creer en él supone acusarle de haber perpetrado actos de una crueldad extrema. Y porque, por otro lado, creer en él implica suponer que, perversamente, ha dotado a las criaturas humanas de un instrumento – el intelecto – que inevitablemente les lleva [...] a negar su existencia. Es tentador concluir que, si existe, será a los ateos a los que más ame [...] Porque son ellos los que más en serio se lo han tomado».IRONIAS DE LA VIDA ......



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