viernes, 9 de agosto de 2013

POR QUÉ UN ATEO HABLA TANTO DE DIOSES?

POR QUÉ UN ATEO HABLA TANTO DE DIOSES?


«Los ateos me aburren: siempre están hablando de Dios». Lo escribió Heinrich Böll en su novela Opiniones de un payaso. El protagonista es ateo y de profesión payaso: muy propio de la fina ironía del católico Böll. Nadie se libraba de la causticidad del premio Nobel alemán.

«¿Será cierto que los ateos estamos siempre hablando de dioses?», me da por cuestionarme. «Y, si es así, ¿por qué?».
            La primera pregunta es sencilla de responder. No, no es cierto que sea siempre y – sobre todo – no es cierto que todos los ateos hablemos sobre dioses. La mayoría no lo hace: es el suyo un ateísmo silencioso.
Así que me parece justo que, tratando de responder a la segunda pregunta, hable sólo por mí, ya que, por otra parte, no soy quién para erigirme en portavoz de nadie más.

¿Por qué yo hablo tanto de dioses? Alguien que lee este blog cree conocer la respuesta, ya que me dejó el siguiente comentario: «en el fondo, debes de tener una búsqueda de Dios muy profunda, si es que tanto te importa».
            No, no se trata de eso, estimado lector o lectora. Tengo clara mi no-fe, aunque dejando siempre la puerta abierta, por supuesto, a que puedo estar equivocado: en el momento en que cualquier prueba, indicio o sospecha me haga barruntar que existe en los cielos algún ente sobrenatural, reconsideraré de inmediato mi opinión. Entretanto, seguiré intentando entender por qué, si Dios me creó a su imagen y semejanza, no soy yo invisible.

Se trata de una búsqueda, eso sí es cierto. Pero una búsqueda de conocimiento. Nunca nada me ha parecido tan cautivador como tratar de comprender al ser humano. Siempre me ha apasionado cualquier cuestión relacionada con esa búsqueda de saber por qué hacemos lo que hacemos o por qué creemos lo que creemos.
            Y en esa búsqueda, en ese intento de encontrar respuestas a mis preguntas, las creencias religiosas siempre se me han presentado como un tremendo enigma. Está bien, entiendo que responden a necesidades emocionales más allá de cualquier cuestionamiento racional, y entiendo también que para muchas personas los dioses son como ideas innatas, dado lo agresivo del adoctrinamiento que sufrieron en su infancia, pero, de todas formas... ¿Cómo tanta gente – la mayoría de la población mundial, de hecho – puede seguir creyendo ciertas cosas?
            Esa misma pregunta se la hacía George Carlin, otro cáustico. Carlin viene especialmente al caso para este artículo ya que también se trata – como el protagonista de la novela de Böll – de un payaso. Es, incluso después de muerto, uno de los cómicos más conocidos de Norteamérica. Sus palabras expresan fielmente mi propia fascinación, mi asombro, mi pasmo, ante el predicamento que siguen teniendo las religiones, incluso entre personas cultas: «La religión ha convencido realmente a la gente de que, viviendo en el cielo, hay un hombre invisible que contempla todo lo que haces en cada minuto de cada día de tu vida. Y de que tiene una lista de diez cosas que no quiere que hagas. Y de que si haces cualquiera de esas cosas tiene un lugar especial lleno de fuego, humo, cenizas y tormentos al que te enviará para sufrir, arder, gritar y llorar para siempre hasta el final de los tiempos... Pero te ama».

¿Por qué hablo tanto de religiones? Pues, además de porque busco respuestas para mi asombro, también hablo de religiones sencillamente porque sus creencias infundadas nos gobiernan a todos. Legítima defensa, podríamos llamarlo. Las religiones me importan porque siguen interviniendo en muchos aspectos de la vida de cualquiera, aunque ese cualquiera no crea en ningún dios. La lista daría para cien artículos...
Para empezar, la mayor parte de las religiones, especialmente los tres grandes monoteísmos, siguen siendo la principal fuerza de oposición a que se reconozca sin tapujos la igualdad de derechos entre seres humanos, independientemente de si se es varón o hembra (el desfase entre el avance de los derechos civiles de las mujeres y cómo son tratadas por las religiones clama a todos los cielos), de la orientación sexual (repito respecto a los homosexuales lo dicho sobre las mujeres en el paréntesis anterior) y del credo de cada uno, por ejemplo. Esto último es lo más caricaturesco de todo: son las propias religiones y no el ateísmo (los ateos, por lo general, defendemos sin tibieza estados laicos garantes de la libertad de culto) las que más obstáculos ponen a la libertad para profesar otras religiones.
También nos afectan a todos las creencias religiosas porque siguen siendo una de las causas más explicativas de los conflictos vivos en el mundo.
Podemos seguir con nuestra lista hablando de su negativa frontal por defecto a cualquier cosa que huela a progreso y a avance científico. Me cuesta horrores, por ejemplo, entender esa oposición cerril a la selección genética con vistas a que un hermano por venir pueda salvar a otro ya existente y enfermo. No me cuesta ningún esfuerzo, por el contrario, ponerme en el lugar de los padres. En eso deberían quizá insistir más las religiones, en ponerse en el lugar del otro, y no en el ciego acatamiento de unos dogmas dictados por gentes que, nacidas hace miles de años, no podían encontrar para sus preguntas existenciales mejor explicación que ésta: hay en el cielo unos dioses todopoderosos que, aburridos, crearon a capricho criaturas para después poder entretenerse contemplando su sufrimiento; pero si les adoramos con sumisión y rezamos con la bastante fuerza, pueden interceder para aliviarnos ocasionalmente de esos pesares que ellos mismos crearon... Rocambolesco.
Y... ¿qué tiene de malo usar un condón? ¿Pero qué tiene de moralmente malo? Necesito imperiosamente que alguien me lo explique, porque, de no ser así, un día me estallará la sesera. Pero que me lo explique con razonamientos del siglo XXI, si no es mucho pedir. Que no me diga que su dios así lo quiere.
Y, de paso, que me explique también por qué unas personas que eligieron la castidad para sus vidas se creen capacitadas para enseñar ex catedra a las más jóvenes qué prácticas sexuales son correctas y cuáles no.
          Y no me sirve que me digan que todas esas cosas se enseñan sólo a niños católicos, o sólo a niños de tal religión o de tal otra... Porque los niños deberían ser tratados como lo que son: sólo niños, no como niños cristianos, niños judíos, niños musulmanes... Precisamente, si no se les adoctrinara desde tan jóvenes a creer los sinsentidos propios de la religión de sus familias, si las religiones pudieran ser elegidas como una opción personal al llegar a la mayoría de edad, tendría yo mucho menos que decir sobre dioses y religiones.

¿Por qué algunos ateos hablamos tanto de dioses? Pues quizá porque somos los que nos tomamos esto realmente en serio.
Le cedo la palabra, para que explique lo que quiero decir, al filósofo inglés Galen Strawson: «Creer en Dios es un insulto a Dios. Porque, por un lado, creer en él supone acusarle de haber perpetrado actos de una crueldad extrema. Y porque, por otro lado, creer en él implica suponer que, perversamente, ha dotado a las criaturas humanas de un instrumento – el intelecto – que inevitablemente les lleva [...] a negar su existencia. Es tentador concluir que, si existe, será a los ateos a los que más ame [...] Porque son ellos los que más en serio se lo han tomado».IRONIAS DE LA VIDA ......



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